Celebramos la fiesta del Corpus Christi; veamos un mensaje escrito en el año 2004 por el entonces
cardenal Joseph Ratzinger; quien ahora es nuestro Papa emérito Benedicto XVI:
"Por las calles de nuestras ciudades y pueblos llevamos
al Señor, al Señor hecho carne, al Señor convertido en pan. Lo llevamos en la
vida cotidiana de nuestra vida. Estas calles tienen que ser su camino, ya que
él no tiene que vivir encerrado en los sagrarios junto a nosotros, sino en
medio de nosotros, en nuestra vida diaria. Él tiene que ir donde vamos, tiene
que vivir donde vivimos. El mundo y la vida cotidiana tienen que ser su templo. Corpus
Christi nos indica lo
que significa comulgar: tomarlo, recibirlo con todo nuestro ser. No se puede
comer simplemente el Cuerpo del Señor, como se come un trozo de pan. Sólo se lo
puede recibir, en tanto le abrimos a él toda nuestra vida, en tanto el corazón
se abre para él. «Mira que estoy a la puerta llamando», dice el Señor en el
Apocalipsis. «Si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos»
(Ap 3,20).Corpus Christi quiere hacer audible esta llamada del
Señor también para nuestra sordera. Mediante la procesión golpea sonoramente en
nuestra vida cotidiana y ruega: ¡Ábreme, déjame entrar! ¡Comienza a vivir por
mí! Esto no acontece en un momento, rápidamente, durante la Misa para luego desaparecer.
Este es un proceso que traspasa toda época y todos los lugares. Ábreme -dice el
Señor- así como yo me he abierto para ti. Abre el mundo para mí, para que yo
pueda entrar, para que yo pueda hacer radiante tu razón oculta, para que pueda
superar la dureza de tu corazón. Ábreme, así como he dejado abrirse mi corazón
para ti. Déjame entrar. Él lo dice a cada uno de nosotros, y lo dice a toda
nuestra comunidad: déjame entrar en tu vida, en tu mundo. Vive por mí, para que
ella se haga realmente viviente -pero vivir significa siempre entregarse una y
otra vez-." (En Caminos de Jesucristo, pp. 99-102, Ediciones
Cristiandad, Madrid, 2004; tomado de arvo.net)